jueves, 7 de julio de 2011

El curioso caso del magnífico buceador


Era una vez, una tarde cualquiera en una bahía sin nombre. A un lado de ella, el magnífico buceador, de pelo con corte "pop" y una barba desaliñada pero correctísimamente cuidada. Una estrella del rock venida a menos, un alter ego convertido a humano por cabezonería, un imbécil integral. Al otro, un buceador cualquiera, como yo.
El magno y experimentado buceador siempre hace lo que quiere y coge lo que necesita en el momento en que precisa: es más rápido, más ágil y más experimentado que nuestro compañero y sobre todo es un cazador nato. A nuestro buceador cualquiera le pueden las ganas a la habilidad, las olas lo mecen a la deriva y no consigue cazar.
Quién nos iba a decir, que estos dos cazadores se encontrarían navegando en la misma bahía. Claramente, el de aspecto californiano y estrella del rock reprimida es un atleta de los pies a la cabeza, nada que ver con nuestro amigo. Nada que ver.
Se presenta la caza más preciada que podrían imaginar, un gran pez de colores inigualables, dorados como la arena o los rayos del sol y comienza el baile. Nuestro amigo se deja el alma en cada uno de los aletazos, se queda casi sin respiración y muestra signos de cansancio. Le pueden las ganas, lo saborea, saborea una victoria tras tantas derrotas. Le tiemblan las manos y el pulso y hasta bajo el agua nota el sudor en su frente. Han sido muchos días tras una pieza así. La pieza que el siempre soñó y por la que despertaba cada mañana que bajaba a bucear.
Cuando se encuentra a tan solo 5 mm de aquel manjar, aparece el perfil del magnífico buceador. Rápido, silencioso y mortal. Aprovecha el aleteo de su contrincante para aprovechar la resistencia al agua en su avance. Apunta, elige y dispara su gran arpón. Da en el blanco. Por 5 mm se lleva la pieza. Sus armas no tienen nada que ver. Nada que ver.
Acaba la tarde en la bahía como una losa de color azul oscuro. Y mientras a uno le espera un largo camino a casa sin unas míseras chanclas que colocarse bajo sus doloridos pies, a otro le espera una rubia despampanante y un descapotable. Nuestro buceador amigo piensa que entre ellos no tienen nada que ver. Nada que ver.
Bajo una luna cuarteada y un cielo mortecino llega a casa, no sin preguntarse, "¿Qué tendrá él que no tenga yo?¿Cuál es el secreto?" Se quita la sal en la ducha de bajo de casa. Se seca el pelo, si cabe más desaliñado hoy que ninguno. Pierde su mirada en el horizonte y piensa: "es normal que se la llevara, no fui yo ni fue él, pero si fuera un pez y me supiera muerto, yo también querría que me diera caza él". El magnífico buceador siempre coge lo que quiere, siempre hace lo que quiere. Y sobre todo ellos no tienen nada que ver entre sí. Nada que ver.

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