lunes, 14 de febrero de 2011

Relación con una adolescente

Lo confieso, tengo una relación paralela. Una que dura 10 años y que tiene en San Valentín su aniversario. Se trata de un amor adolescente, de 10 años de edad que me juró amor eterno y ha decidido quedarse a mi lado para siempre. Se llama diabetes y es una niña malcriada, caprichosa y egocéntrica. Realmente, no tiene ni un ápice de bondad en su cuerpo, pero su sonrisa cautivó mi organismo dejándolo tocado para siempre.
Apareció en un momento delicado de salud, se me presentó con sus largos tirabuzones y quedé a merced de esa cara de infinita ingenuidad. Caí rendido a sus pies. Mantener una relación adolescente conlleva multitud de contratiempos: te despierta de madrugada pidiendo cualquier cosa, es tu mayor dolor de cabeza y aparece exigiendote explicaciones que no tienes en los peores momentos posibles. Además de todo esto te debilita, te hace sudar y siempre te deja con la miel en los labios, por no decir del continuo mareo de sensaciones y cambios de opinión sin motivo alguno aparente. Mantener este tipo de relaciones es realmente duro.
Ya nos hemos amoldado el uno al otro, a la semana viene a mi unas 3 ó 4 veces y yo le hago el caso que merece. Me sonrise, me besa en la mejilla y me dice que ha estado pensando en mí. Son las 6 de la mañana, le digo, y no se dá cuenta de que me ha desvelado. En realidad, si que se ha dado cuenta, de hecho, ese era su propósito, que le hiciera caso. Quiere jugar conmigo, sentir que me posee, que tiene la sartén por el mango. Yo me he despertado sudoroso y desesperado por tomar algo y no un vaso de agua. Se sienta en la mesa y me mira con su vestido largo rojo de caperucita y su piruleta de colores rojos y blancos. Quiere hacerme reir con aquella situación en que me dijo que fuera a casa a verla y sus padres casi me ven allí por milésimas de segundo. Quiere que sufra. Es la culpable de que las heridas en la piel tarden más en cicatrizar y su respuesta ante esto es una sonrisa hipnotizadora. Siempre le amenazo con que la voy a abandonar pero los dos sabemos que eso es imposible. La pelota está en mi tejado, más bien en la ayuda que me presten los profesionales para afrontar esta relación, que me lleva por la calle de la amargura.
Pero me he propuesto combatirla, darle un ultimátum. Para ello, me tengo que preparar físicamente y anímicamente. Decirle a la cara que no valoró mi esfuerzo y mi entrega, que si alguno de los dos está perdiendo desde luego soy yo y que al final me saldré con la mía. Me observa tranquila, como el lobo que huele sangre. Me rodean sus tirabuzones. Son suaves y aterciopelados, esponjosos, cálidos y confortables. Los ojos se me cierran, entro en una espiral donde mi cuerpo se siente relajado y mi cabeza no posee ningún tipo de valor a la hora de dirigirlo. Pierdo la conciencia del tiempo y del espacio. Ya se ha ido. Es lo que siempre ocurre cuando se va, que todo vuelve a estar bien. Vuelvo a dormir. Espero que tarde mucho en volver a verla.

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