sábado, 30 de octubre de 2010

Everybody must get stoned


Como dicen Cypress Hill en su 3º disco de estudio, Cypress Hill III: Temples of boom, "Everybody must get stoned" más o menos, "Todo el mundo debe estar colocado". Y eso es lo que pienso muchas veces porque creedme que veo cosas que alucino en esta ciudad.
Lo de Cypres Hill tiene su explicación. Que me haya dado por el hip hop West Coast, es por culpa de mis compañeros de piso, grandes raperos de profesión y vocación, aunque este disco en concreto de los Cypress lo poseía desde hace casi 10 años, gracias a mi amigo Jesús que en años de instituto me lo paso.
En este puente, todo el mundo vuelve a casa. Yo, sin embargo, quería experimentar el hecho de quedarme por estas tierras todavía un tiempo, además, llevo apenas 10 días aquí y me parecía precipitado volver a casa ahora mismo.
Anoche, con mi compañero Tomás, estuve en un piso de un colega y compañero de clase suyo, y a su vez, colega mio en menor medida. El grupo de personajes por metro cuadrado era para catalogarlo: Una catalana que apenas lleva una semana en Granada, un muchacho del puerto de santa maría que lleva 5 años aquí (sin dar palo al agua supongo), un estudiante granadino, de la alpujarra que lleva unos años mintiendo a sus padres diciendo que estudia pero trabaja de camarero, una estudiante de filosofía que trabaja por las tardes en un club de jazz, el novio de esta (un intento de cantante de rock español), un jerezano que decía haber pasado un mes en marruecos con 200 €, un muchacho de tarifa con rastas y camisetas de skate, un gallego con una nariz como una cornisa, nuestro amigo "el inglés", Tomas y yo. Deberíais de ver el salón. Lleno de bongs, 3 luces de 25W de colores, cortinas moriscas colgadas de la pared, mobiliario escaso y antiguo y humo, mucho humo.
El elenco de gente discutía sobre semillas de una planta extraña hawaiana, sobre el comunismo y capitalismo y sobre cualquier cosa que se les ocurriera por la cosa en aquel preciso momento. Todo ello acompañado, claramente, de litros de cerveza alemana barata, mucho tabaco de liar y una botella de pippermint de Marie Brizard. También había un perrillo, llamado "blues", el cuál tenía crisis de pánico al ver lo que en su casa se había juntado.

Y a la media hora de estar allí es cuando me acuerdo de la serie malviviendo y de todos esos personajes, que un día dijeron a sus padres que se iban de casa a estudiar a cualquier ciudad y acaban reunidos en salones de luz tenue, enredados en humo denso y otras historias que no pondré aquí por respeto a la salud de cada uno de ellos.
Te cercionas de que es todo fachada y palabra, comentario y pose. Demasiada palabra. Creedme. A eso de las una, la fiesta, tras muchas horas en el piso, se finiquito, y yo decidí irme a casa y disfrutar de un buen partido de NBA (Miami-Orlando) (Qué bueno es WADE!!!). Ellos, según mi compañero Tomás, fueron al entresuelo. Pero él también abandono pronto el barco, viendo que era viernes y que no se le puede seguir el ritmo a la gente que no está acostumbrada a hacer nada excepto eso, estar de fiesta hora tras hora.
Esta mañana llueve y parece un día grisáceo. Tenemos las persianas a medio bajar, y el árbol de mi ventana gotea por las hojas agua como si fuera sangre que emana de sus troncos. Pienso en qué bien se vive sin preocupaciones, solo la de que "todo el mundo debe estar colocado" sí o sí.


Sí el otro día decía que la luz anaranjada de Granada era preciosa, no os perdáis está grisácea, con las montañas de frió polar al fondo.

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