viernes, 9 de septiembre de 2011

Los restos del naufragio

Se agarró bien fuerte al tablón que quedó a su lado tras la tormenta. Era un trozo del casco de proa, arañado y mutilado, como él. Juntos observaron la explosión de luces en el cielo, el inmenso agujero que a su paso engullía todos los restos de aquella barcaza. El gas acumulado explotó junto al agua, en una desafiante batalla entre elementos y allí, a apenas 70 metros, se dió cuenta de que aquel barco era su vida entera, por no decir, su razón de vivir. Y poco a poco se dejó llevar en un sin fín de corrientes circulares que lo movieron como un muñeco y al soltarse de aquel tablón comprendió, que era mejor dejarse caer por un precipicio hacia lo más profundo del mar, que no tener una razón por la que vivir.

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